4/26/2017

SKAY Y LOS FAKIRES EN MADRYN



Estoy de acuerdo con Keith Richards cuando dice que ir a un concierto no es muy distinto a ir al templo. Hay cierto ritual en la peregrinación, donde te vas encontrando con otros fieles, yendo a idolatrar a alguien durante dos horas. Le entregás todo de vos, como me comenta un tipo al lado, chivado y exultante en el parate luego de Jijiji

Mi peregrinaje arranca temprano, en la parada de ómnibus de Trelew. Llego temprano a Madryn. Pero es preferible que sobre y no que falte tiempo. Aprovecho a caminar, hace mucho que no ando por esos pagos. El clima está bien, la ciudad está tranquila y se asemeja al recuerdo que tenía. No cambió mucho. Pongo marcha al templo, esta vez encarnado en el Gimnasio Municipal. Sigue siendo temprano y decido matar el rato tomando una lata de cerveza y observando a los fieles: un grupo numeroso a la entrada que canta el típico los Redó, los Redó, vamo' los Redó. Mientras, desde el stereo de un coche suena Oda a la sin nombre, aquel hit del disco debut solista de Skay. Esta es la parte que más disfruto de los recitales. Es un momento único donde no existen rivalidades; nada de boludeces de River/Boca o de partidos políticos. Acá todos tiran para el mismo lado.

Tiro la lata al tacho y me decido a entrar. No hay nadie. Son casi las 20:30. La entrada pone 21:00. Chequeo Twitter en el celular y me fijo en la cuenta de la productora: a las 22 en punto sale Skay a escena. Con razón. Me arrepiento de no checar antes la data, podría estar tomando otra birra. Qué se va a hacer. Me pido una hamburguesa y me siento en la tribuna a esperar. Poco a poco, la gente va colmando el gimnasio y ese clima de afuera se empieza a respirar adentro. 
¡Y finalmente aparece Skay! Con su sombrero, la camisa desabrochada y la viola a cuesta. Parece flotar en el escenario. El poderoso acorde de Arcano XIV abre la velada. Y suena de puta madre. El sonido es espectacular en general; cada instrumento se escucha parejo. Pero, obvio, la atención de la audiencia se concentra en la voz quebrada y en las seis cuerdas del ex Patricio Rey.

Beilinson tocó clásicos de los Fakires: Flores secas, Lejos de casa, Falenas en celo, Genghis Khan, la ya citada Oda... También estuvieron presentes canciones de su último trabajo, El engranaje de cristal, en la que destaco Chico Bomba. Uno de los grandes momentos fue con El fantasma del 5to piso, del disco La marca de Caín. Y, por supuesto, no podían faltar temas de los Redondos, siendo El pibe de los Astilleros uno de los mayores highlights ricoteros:         

El sueño del jinete, de La Luna Hueca, pone punto final a una noche inolvidable.

Gracias, Skay.

Quiero dedicar unas líneas a los encargados de la terminal de ómnibus de Madryn. No pueden cerrar la terminal, flacos. Un porcentaje de la entrada va al municipio, por ende, es plata que les llega a ustedes para mantenimiento. Eso si no tenemos en cuenta el dinero que se gasta durante la estadía. Pero hay gente que sólo tiene para ir a ver a su banda de rock y no le alcanza para pagarse un hostel ni mucho menos un hotel. Como sea, no pueden dejar a la gente que contribuye con la ciudad afuera cagándose de frío y durmiendo en una estación de servicio hasta que se hagan las 6AM. Por supuesto, es una anécdota que no apaña el concierto. Pero no quita que ustedes sean unos forros.

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